viernes, 25 de marzo de 2011

De vuelta


Andaremos a veces despistados, sin saber donde nos llevan los pasos, con el sol de la tarde por frontera. Brindaremos por las batallas perdidas, con vino viejo y en botella. Allá donde haya miedo hablaremos de esperanza, y bien de mañana abriremos las ventanas. Porque ya es hora de hablar en serio, de darse hostias contra el doble cristal de lo posible.

No hace falta cargar con nada del pasado; ante tí sólo un sol naranja que se ha cansado de vivir por hoy, pero que regresará mañana si nosotros le dejamos.

lunes, 16 de agosto de 2010

Recuerdos

Hay momentos del verano que le dan a esta parte del año un toque sagrado. Son como pequeños rituales que vencen el sopor estival, y que rodeados de un aura especial, hacen que sean recordados a lo largo del resto del año. Son, en definitiva, pequeños regalos que la vida tiene con uno, y que unas veces se disfrazan de sorpresa y en otras ocasiones hacen que el recuerdo no sea tan agradable.

De los veranos en el pueblo de mi familia siempre me quedo con el encuentro con el tío Nicolas. No tengo el recuerdo de haberlo conocido por primera vez. Para mi siempre ha estado allí, observando como la chavalería crece año tras año desde el sombrío porche atestado de moscas de la plaza.
De pequeño me asustaba su carácter rudo y hostil, propio de quien se siente avasallado e incómodo en un ambiente que a lo largo del año le pertenece en exclusiva. Con el tiempo he aprendido a descubrir la sabiduría que aquel viejo cascarrabias encerraba dentro de aquel envoltorio tan desaliñado.

Un año compartíamos poyete cerca de la plaza. Había sido por casualidad, pues el respeto hacia aquel viejo era grande todavía, y ni por asomo se me hubiera ocurrido ocupar su asiento. El destino me llevó a hacerlo por descuido, lo cual me reportó un - Mierda de crío - que recordaré toda la vida. Tras aquel recibimiento, un frío silencio se prolongó durante unos minutos. Yo acababa de bajar del monte tras haberme pasado el día entero de excursión y estaba extasiado. Nicolas me miraba de reojo frunciendo el ceño, mascullando palabras inteligibles entre unos labios a medio cerrar que se afanaban por evitar que un cigarro mal liado cayera al suelo. Una vez recobrado el aliento me presenté recordando al padre de mi abuelo. Es la única forma de que un viejo del lugar te sitúe en su esquema mental, y creí oportuno hacerlo confiando en que la conversación al menos tuviera un comienzo. Nicolas volvió a hacer sonar su garganta en un gesto de aprobación, y comencé a relajarme. No se si fue el cansancio acumulado de la jornada, pero comencé a hablar como si no hubiera mañana, relatando a aquel viejo mi andanza del día. Le hablé de los lugares por los que había pasado aquella misma mañana, donde había parado a comer o que ríos había cruzado, y fue el recuerdo de los mismos lo que le animó a comenzar a hablar conmigo. Empezó hablándome de cuando de crío ayudaba a su padre con el ganado por aquellas zonas, y de lo dura que era la vida de entonces. Luego me habló de la guerra, puta guerra, contándome como si de un secreto se tratase que el ejército republicano había ocupado la iglesia del pueblo, utilizándola de garaje para las caballerías, y como él, que por aquel entonces sólo tenía ocho años, había ido obligado por su madre a entregarles ropas limpias a aquellos soldados.

Oscureciendo ya el día, hice intención de levantarme para regresar a casa, y Nicolas me preguntó como buen aragonés si ya marchaba. Le contesté que si, justificándome en mi cansancio, pero aquel viejo me sobornó para que me quedara un momento más con la promesa de una historia emocionante. Volviéndome a sentar en aquel poyete, Nicolas empezó a contarme como días después de aquel episodio con el ejército republicano en la iglesia del pueblo, se recibieron noticias de que un gran número de soldados franquistas se dirigían hacia allí. El escaso contingente republicano intentó el repliegue en dirección contraria pero varios de sus miembros fueron detenidos y ejecutados allí mismo. Aquella tarde, cuando el día ya moría, Nicolas recordó como aquellos soldados fueron enterrados en una fosa abierta para la ocasión a escasos metros de donde nos encontrábamos, y cuyo punto exacto intentaba mostrarme apuntando con un cayado que temblaba considerablemente. Nicolás terminó el relato anunciándome que poca gente en el pueblo conocía aquel episodio, pues eran pocos los que viviendo por entonces, estuvieran vivos ahora.

Desde aquel día he solido acompañar muchas tardes de verano a Nicolas, sentándome junto a él en aquel mismo poyete. Nunca hemos premeditado el encuentro, y si nos hemos visto por el pueblo en algún lugar diferente, nuestro saludo ha sido más bien frío. Su carácter huraño ha seguido atemorizando a las nuevas generaciones de niños y niñas que vuelven a veranear al pueblo, de la misma manera que sus recuerdos han seguido llenando mi imaginación de nuevas historias, así como las de aquellos que han querido acompañarnos.

Pero este año el ritual no ha podido repetirse. Una puñetera enfermedad roba a diario los recuerdos del tío Nicolas dejando irremediablemente al pueblo sin memoria. Asusta descubrir que los recuerdos no llegan a ser más que impulsos eléctricos en nuestra cabeza, que de la noche a la mañana pueden llegar a desaparecer. Y así de repente, ya no hay poyetes, ni cigarros de picadura, ni soldados enterrados en la margen del río.

jueves, 5 de agosto de 2010

Los sacramentos de la vida


Siempre quise hacer una entrada sobre este cuaderno, pero nunca terminé de lanzarme. Unas veces me echaba atrás el que dirán, que la gente empezara a pensar que este espacio comenzaba a oler a incienso. Otras tantas pensé - ¿a quién le podrá interesar?. En otros ratos pienso si alguien lo llegará a leer, y como hoy no estoy para pensar mucho, me lanzo a la aventura.

Bueno, no es del todo verdad que escriba por que si. Rescatar este cuaderno de la librería se lo
debo a una de esas conversaciones que dejan huella, y más que a las palabras en sí, a la persona que me lo trajo de nuevo a la mente. Porque gracias a esta persona, gracias a este cuaderno, y gracias también a que al verano la ha dado por travestirse de otoño en Zaragoza, estas noches se me hacen menos noches y parece que cada mañana amanece más temprano.



El cuaderno en cuestión se titula "Los sacramentos de la vida" y su autor es Leonardo Boff. Recuerdo muy bien como llegó a mis manos (lo compré en una librería), y no tanto quien me habló de él por primera vez. La cosa es que me cautivó la primera vez que lo leí, aunque sea ahora en la nueva lectura cuando esté empezando a encontrarle sentido a ciertas historias.
La idea que pretende transmitir el autor es la presencia continua de Dios en nuestras vidas, que se hace sacramento en las cosas más insignificantes, y que en un principio parecerían carecer de valor alguno. Es un canto a la sencillez, una alabanza a la humildad. Una teología de barro.

Ya lo advierte el autor nada más comenzar el texto. "Cuando las cosas comienzan a hablar..." parece despertar en el lector todos los sentidos, y nos hace bajar la cabeza que se ha quedado absorta mirando el dedo que señala. También tiene destinatarios, pues repite advertencia cuando descubre que el "librito" se dirige a "quienes viven de otro espíritu que les permite ver más allá de cualquier paisaje y alcanzar siempre más allá de cualquier horizonte". Si eres de estas personas, puede que tengas aquí un libro de cabecera.



Del contenido del librito prefiero no desvelar casi nada. Creo que es mejor dejarse sorprender. Sólo haré una muestra del que para mí es el pasaje más entrañable...

El sacramento de la colilla

"En el fondo del cajón se esconde un pequeño tesoro: una cajita de cristal con una pequeña colilla; de picadura y de humo amarillento como las que se suelen fumar en el Sur del Brasil. Hasta aquí nada nuevo. Sin embargo esa insignificante colilla tiene una historia única. Habla al corazón. Posee un valor evocador de infinita añoranza. (...)

De ahora en adelante la colilla ya no es una colilla de cigarrillo (...) Está vivo y habla de la vida. Acompaña a la vida. Su color típico, su fuerte olor y lo quemado de su punta lo mantienen aún encendido en nuestra vida."

miércoles, 24 de marzo de 2010

San Romero de América

Hoy el santoral celebra San Agapito.

Pero hoy también, los valientes celebran la esperanza. Hoy el pueblo recuerda a Monseñor Oscar Romero, que fue vilmente asesinado hace treinta años, en una pequeña capilla de San Salvador.

Monseñor Oscar Romero, arzobispo de San Salvador, conocía su destino, pero nunca se escondió de él ni se acobardó. Su Getsemaní no duró una única noche sino que se prolongó a lo largo de los tres años que permaneció al frente de su pueblo. Defendió los intereses de los últimos, de los perseguidos y por ellos dio su vida, sin reservarse nada.

La "Santa, Católica y Apostólica" todavía reniega de su existencia. La "Pobre, Caminante y Perseguida" lo cuida y lo recuerda.


"Cristo nos invita a no tener miedo a la persecución, porque, créanlo hermanos, el que se compromete con los pobres tiene que correr el mismo destino de los pobres. Y en El Salvador ya sabemos lo que significa el destino de los pobres: ser desaparecidos, ser torturados, ser capturados, aparecer cadáveres." (Homilía de 17 de Febrero de 1980)

martes, 16 de marzo de 2010

Para bellum*

Pablo es un joven bastante cansado de la vida. Un amigo suyo, que no es médico, le ha diagnosticado falta de identificación con el mundo que le rodea, pero le ha dicho que se tranquilice, que últimamente es un virus muy extendido por Zaragoza y que la gente al final se acostumbra a vivir con él. Le ha recomendado tener cuidado con alguno de los efectos secundarios, ya que la apatía y la despreocupación que ya está notando pueden degenerar en violencia injustificada hacia todo aquella persona que le rodea. Le ha aconsejado que se quede en casa, y como tratamiento paliativo le ha recetado sustituir sus relaciones sociales callejeras por las redes sociales cibernéticas, donde la apatía está bastante extendida.


- Algo así como un grupo de autoayuda - , me comentaba hace poco cuando de improviso me lo encontré en la puerta de su casa. – Vengo de ver a mi amigo, el que no es médico – me dijo justificándose. – Es que he vuelto a recaer - . Casi entre sollozos empezó a relatar como hacía algunas semanas había leído en el dominical de La Razón un reportaje especial anunciando el resurgimiento de una guerra intergeneracional que, al menos él, desconocía hubiera existido alguna vez. Decía que todo surgía a colación de la propuesta del gobierno de aumentar la edad de jubilación hasta los 67 años, ocasión que no dejaba pasar el diario del grupo Planeta para darle estopa al ejecutivo, no fuera a ser que se les escapase vivo de semejante coyuntura.
Pablo me confesó el miedo que le causó leer aquella declaración de guerra en toda regla. De repente – continuaba – se le reprodujo en la cabeza un particular escenario bélico en el cual los jóvenes ya no cedíamos el asiento a ese viejecito del autobús, o empezábamos a olvidar a nuestros mayores en vetustas residencias de ancianos con bucólicos nombres, limitándonos a visitarlos cuando se aproximase la fecha de testar. ¡Calla! – se dijo – pues va ser verdad que la guerra empezó hace ya tiempo, y yo aquí en medio de los tiros y sin enterarme. Imbuido del ambiente bélico, empezó a preguntarse sin Razón alguna, en voz alta, que se habían pensado aquellos vejestorios, y juró venganza. ¡Se iban a enterar como se las gastaba la chavalería!


Descontrolado, dice que bajó las escaleras de su casa a todo correr, mientras pensaba en lo que la Seguridad Social se quedaba todos los meses de su nómina para pagarles la pensión a aquellos carcamales que calentaban la silla del tele club de su pueblo. Abrió el portal de la finca y una bofetada de cierzo glacial le saludó sin miramiento. Volvió a cerrar la puerta y desde la entrada de la finca, a través del cristal traslucido que protegía la reja, intuyó la figura de su madre que volvía de misa. Pablo insiste que ella intentó abrir el portal, pero me confiesa tartamudeando que él hizo fuerza para demorar la entrada unos pocos segundos. Lo necesario para escuchar el tiro, y la cabeza de su madre golpeando el cristal. Luego niños corriendo hacia el portal, y su mano sintiendo que ya no apretaba el pomo de la puerta. Salió a la calle mientras el balón rebotado cruzaba entre los coches a la acera de enfrente. Su madre se levantaba entre maldiciones, y los niños que corrían hacia ella se habían detenido de repente y habían cambiado la dirección de su carrera hacia la pelota.

Me explicaba Pablo, con sus manos en la frente, la dimensión del chichón que le salió a su madre, y como aquella violencia sin sentido había desaparecido con la misma rapidez y con menos Razón que la que había traído pocos minutos antes. Ayudó a su madre a subir las escaleras, y después de dejarla sentada en el sofá con la bolsa de hielo en la cabeza, se encerró en su habitación y empezó a llorar como un niño. No entendía la crueldad de aquella guerra y ya no sabía ni en que bando militaba.

Su amigo, el que no es médico, le ha dicho que estos episodios son más frecuentes de que lo que él cree, y que no tiene por que preocuparse. Pero él no deja de hacerlo, no entiende por qué La Razón le lleva a actuar sin ella.


*Parte de la frase del escritor romano Vegecio "Si vis pacem, parabellum" (Si quieres paz, prepárate para la guerra)

sábado, 13 de marzo de 2010

A mi me lo hicistéis

Hablaba esta mañana con gente bastante cercana a mí sobre el líder de Plataforma per Catalunya, el racista Josep Anglada. Sus comentarios avalaban sus palabras, considerándolas acertadas para el actual momento por el que atravesamos, las cuales achacan todos nuestros males a la presencia de extranjeros en nuestras tierras. Insistían en que no podía caer en el buenismo, que había que apostar por la reciprocidad diplomática, y que si ellos no permitían que los cristianos llevaran a cabo sus prácticas religiosas en sus tierras, porque ellos podían hacerlo aquí.



Resalto lo de cristianos, porque esta gente presume de serlo, a mucha honra. Llevan por bandera la defensa del derecho a la vida, en contra del aborto, frecuentan las celebraciones del domingo y de fiestas de guardar, y llevan a gala el considerarse "cristianos de pro".
Sabiendo ante quien me encontraba, y esperando que entendiesen este raro lenguaje les he recordado las siguientes palabras; no de memoria claro está, pero más o menos recordaban:

``Venid, benditos de mi Padre, heredad el reino preparado para vosotros desde la fundación del mundo. ``Porque tuve hambre, y me disteis de comer; tuve sed, y me disteis de beber; fui forastero, y me recibisteis; estaba desnudo, y me vestisteis; enfermo, y me visitasteis; en la cárcel, y vinisteis a mí. Entonces los justos le responderán, diciendo: ``Señor, ¿cuándo te vimos hambriento, y te dimos de comer, o sediento, y te dimos de beber? ``¿Y cuándo te vimos como forastero, y te recibimos, o desnudo, y te vestimos? ``¿Y cuándo te vimos enfermo, o en la cárcel, y vinimos a ti? Respondiendo el Rey, les dirá: ``En verdad os digo que en cuanto lo hicisteis a uno de estos hermanos míos, aun a los más pequeños, a mí lo hicisteis. Entonces dirá también a los de su izquierda: ``Apartaos de mí, malditos, al fuego eterno que ha sido preparado para el diablo y sus ángeles. ``Porque tuve hambre, y no me disteis de comer, tuve sed, y no me disteis de beber; fui forastero, y no me recibisteis; estaba desnudo, y no me vestisteis; enfermo, y en la cárcel, y no me visitasteis. Entonces ellos también responderán, diciendo: ``Señor, ¿cuándo te vimos hambriento, o sediento, o como forastero, o desnudo, o enfermo, o en la cárcel, y no te servimos? El entonces les responderá, diciendo: ``En verdad os digo que en cuanto no lo hicisteis a uno de los más pequeños de éstos, tampoco a mí lo hicisteis. (Mateo 25, 40)

sábado, 6 de marzo de 2010

Los Miserables del Siglo XXI

Si algo me está impresionando de la lectura de Los Miserables (Victor Hugo, 1862) es sin duda el carácter visionario de muchos de los discursos que el autor va colocando en las palabras de cada uno de los personajes de la novela. En muchos momentos me ha parecido estar leyendo mas una revisión moderna de la novela, que un relato contextualizado en el primer tercio del siglo XIX, como cuando Enjolras, a pie de barricada imaginaba la creación de un gran Parlamento en el centro de Europa, que uniese a los pueblos que habían entrado en lucha fratricida. (Texto que por cierto me gustaría conocer si sirvió de justificación alegórica de algún documento en la creación de la Comunidad Económica Europea y su descendiente más actual.)



Pero ayer, gracias a que el viaje era largo y el día se prestaba a la lectura, con sólo unas páginas de diferencia, la desilusión rompió escandalosamente la profecía de Victor Hugo en los labios del revolucionario Enjolras. Fue desilusión compartida, pues la humanidad en su conjunto, conocedora de esta prosa desde hace 138 años, no había podido llegar a interiorizarla para que de esta manera se hubieran llegado a cumplir aquellas vigorosas palabras:

"El siglo XIX es grande; pero el siglo XX será dichoso. Entonces no habrá nada que se parezca a la antigua historia; no habrá que temer, como hoy, una conquista, una invasión, una usurpación, una rivalidad de naciones a mano armada, una interrupción de civilización por un casamiento de reyes; no habrá que temer un nacimiento en las tiranías hereditarias, un reparto de pueblos acordado en congresos, una desmembración por hundimiento de dinastía, un combate de dos religiones al encontrarse frente a frente; no habrá ya que temer el hambre, la explotación, la prostitución por miseria, la miseria por falta de trabajo, el cadalso, la cuchilla, las batallas, y todos estos latrocinios del acaso en la selva de los acontecimientos"



Fue en su tiempo, y sigue siendo a día de hoy, toda una declaración de intenciones de cara al mundo que pretendemos construir, y también constituye un argumento irrefutable para seguir teniendo los pies en el suelo, y pensar que la utopía es anterior a nuestro nacimiento. Que todavía no se han cumplido las aspiraciones de nuestros antepasados, así que podemos empezar por ahí...