martes, 16 de marzo de 2010

Para bellum*

Pablo es un joven bastante cansado de la vida. Un amigo suyo, que no es médico, le ha diagnosticado falta de identificación con el mundo que le rodea, pero le ha dicho que se tranquilice, que últimamente es un virus muy extendido por Zaragoza y que la gente al final se acostumbra a vivir con él. Le ha recomendado tener cuidado con alguno de los efectos secundarios, ya que la apatía y la despreocupación que ya está notando pueden degenerar en violencia injustificada hacia todo aquella persona que le rodea. Le ha aconsejado que se quede en casa, y como tratamiento paliativo le ha recetado sustituir sus relaciones sociales callejeras por las redes sociales cibernéticas, donde la apatía está bastante extendida.


- Algo así como un grupo de autoayuda - , me comentaba hace poco cuando de improviso me lo encontré en la puerta de su casa. – Vengo de ver a mi amigo, el que no es médico – me dijo justificándose. – Es que he vuelto a recaer - . Casi entre sollozos empezó a relatar como hacía algunas semanas había leído en el dominical de La Razón un reportaje especial anunciando el resurgimiento de una guerra intergeneracional que, al menos él, desconocía hubiera existido alguna vez. Decía que todo surgía a colación de la propuesta del gobierno de aumentar la edad de jubilación hasta los 67 años, ocasión que no dejaba pasar el diario del grupo Planeta para darle estopa al ejecutivo, no fuera a ser que se les escapase vivo de semejante coyuntura.
Pablo me confesó el miedo que le causó leer aquella declaración de guerra en toda regla. De repente – continuaba – se le reprodujo en la cabeza un particular escenario bélico en el cual los jóvenes ya no cedíamos el asiento a ese viejecito del autobús, o empezábamos a olvidar a nuestros mayores en vetustas residencias de ancianos con bucólicos nombres, limitándonos a visitarlos cuando se aproximase la fecha de testar. ¡Calla! – se dijo – pues va ser verdad que la guerra empezó hace ya tiempo, y yo aquí en medio de los tiros y sin enterarme. Imbuido del ambiente bélico, empezó a preguntarse sin Razón alguna, en voz alta, que se habían pensado aquellos vejestorios, y juró venganza. ¡Se iban a enterar como se las gastaba la chavalería!


Descontrolado, dice que bajó las escaleras de su casa a todo correr, mientras pensaba en lo que la Seguridad Social se quedaba todos los meses de su nómina para pagarles la pensión a aquellos carcamales que calentaban la silla del tele club de su pueblo. Abrió el portal de la finca y una bofetada de cierzo glacial le saludó sin miramiento. Volvió a cerrar la puerta y desde la entrada de la finca, a través del cristal traslucido que protegía la reja, intuyó la figura de su madre que volvía de misa. Pablo insiste que ella intentó abrir el portal, pero me confiesa tartamudeando que él hizo fuerza para demorar la entrada unos pocos segundos. Lo necesario para escuchar el tiro, y la cabeza de su madre golpeando el cristal. Luego niños corriendo hacia el portal, y su mano sintiendo que ya no apretaba el pomo de la puerta. Salió a la calle mientras el balón rebotado cruzaba entre los coches a la acera de enfrente. Su madre se levantaba entre maldiciones, y los niños que corrían hacia ella se habían detenido de repente y habían cambiado la dirección de su carrera hacia la pelota.

Me explicaba Pablo, con sus manos en la frente, la dimensión del chichón que le salió a su madre, y como aquella violencia sin sentido había desaparecido con la misma rapidez y con menos Razón que la que había traído pocos minutos antes. Ayudó a su madre a subir las escaleras, y después de dejarla sentada en el sofá con la bolsa de hielo en la cabeza, se encerró en su habitación y empezó a llorar como un niño. No entendía la crueldad de aquella guerra y ya no sabía ni en que bando militaba.

Su amigo, el que no es médico, le ha dicho que estos episodios son más frecuentes de que lo que él cree, y que no tiene por que preocuparse. Pero él no deja de hacerlo, no entiende por qué La Razón le lleva a actuar sin ella.


*Parte de la frase del escritor romano Vegecio "Si vis pacem, parabellum" (Si quieres paz, prepárate para la guerra)

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